The Japan Times - Las ciudades de EEUU que enfrentaron a los gigantes de los "químicos eternos" y ganaron

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Las ciudades de EEUU que enfrentaron a los gigantes de los "químicos eternos" y ganaron
Las ciudades de EEUU que enfrentaron a los gigantes de los "químicos eternos" y ganaron / Foto: Robyn Beck - AFP

Las ciudades de EEUU que enfrentaron a los gigantes de los "químicos eternos" y ganaron

Ningún rincón de la Tierra está a salvo. Desde el Tíbet hasta la Antártida, los llamados "químicos eternos" se han infiltrado en el agua, los alimentos y la sangre de casi todos los seres vivos.

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Conocidos como PFAS (por su sigla en inglés: sustancias perfluoroalquiladas y polifluoroalquiladas) están asociadas a efectos adversos para la salud, como defectos de nacimiento, reducción de la fertilidad y cánceres poco frecuentes.

Sin embargo, si no fuera por los esfuerzos de los habitantes de dos ciudades estadounidenses gravemente afectadas por ellos, el mundo seguiría en la ignorancia.

En el nuevo libro "They Poisoned the World: Life and Death in the Age of Forever Chemicals" ("Envenenaron al mundo: vida y muerte en la era de los químicos eternos"), la periodista de investigación Mariah Blake relata cómo los habitantes de Parkersburg, Virginia Occidental, y Hoosick Falls, Nueva York, denunciaron a las grandes industrias que los envenenaron y, en el camino, obligaron al mundo a lidiar con estas sustancias.

"Hablamos de una clase de sustancias químicas que no se descomponen en el medioambiente", declaró Blake a la AFP, calificándola de "la peor crisis de contaminación de la historia de la humanidad".

Desarrollados inicialmente en la década de 1930, los PFAS son apreciados por su fuerza, resistencia al calor y capacidad para repeler el agua y la grasa. Construidos sobre el enlace carbono-fluoruro —el más fuerte en química—, persisten como residuos radiactivos y se acumulan en nuestros cuerpos, de ahí el apodo de "eternos".

La investigación de Blake rastrea su historia, desde su descubrimiento accidental por parte de un químico del gigante de la industria DuPont hasta su uso moderno en utensilios de cocina, ropa y cosméticos.

Podrían haber seguido siendo una curiosidad si los científicos del Proyecto Manhattan no le hubieran encontrado una utilidad en la fabricación de la bomba atómica, lo que ayudó a las empresas a producirlos a gran escala.

- Malversación corporativa -

La industria conocía los riesgos desde el principio. Pruebas internas mostraron que los trabajadores de las fábricas sufrieron quemaduras químicas y dificultades respiratorias. Los cultivos se marchitaron y el ganado cerca de las plantas murió.

Entonces, ¿cómo se salieron con la suya? Blake rastrea las raíces hasta la década de 1920, cuando surgieron informes de que la gasolina con plomo causaba psicosis y muerte entre los trabajadores de las fábricas. En respuesta, un científico respaldado por la industria propuso una doctrina tristemente famosa: los productos químicos deben considerarse seguros hasta que se demuestre lo contrario.

La "regla Kehoe" -en honor al toxicólogo estadounidense Robert Kehoe- incentivó a las corporaciones a generar dudas sobre los riesgos para la salud, una de las principales razones por las que Estados Unidos tardó hasta el año pasado en aprobar la prohibición definitiva del amianto.

Los propios estudios de DuPont advertían que el teflón no tenía nada que hacer en los utensilios de cocina. Pero después de que un ingeniero francés recubriera con él los moldes para muffins de su esposa, se desató una moda parisina, y un empresario estadounidense le vendió la idea a DuPont.

Pronto, las sartenes antiadherentes se vendían como pan caliente, en parte debido a un vacío regulatorio: los PFAS, junto con miles de otras sustancias químicas, quedaron protegidos por la Ley de Control de Sustancias Tóxicas de 1976 y no requerían más pruebas.

- "Cambio drástico" -

El encubrimiento comenzó a desvelarse en la década de 1990 en Parkersburg, donde DuPont llevaba décadas vertiendo residuos de teflón en fosas y en el río Ohio.

El pueblo cosechó beneficios económicos, pero las trabajadoras de la planta estaban teniendo bebés con defectos de nacimiento, un ganadero río abajo estaba perdiendo su ganado y los residentes desarrollaban cánceres poco comunes.

Blake cuenta la historia a través de "activistas accidentales". Uno de ellos es Michael Hickey, un vendedor de seguros de clase alta sin ningún interés en la política ni el medioambiente. Después de que el cáncer se llevara a su padre y amigos, comenzó a analizar el agua de Hoosick Falls.

Años de litigios dieron como resultado cientos de millones en acuerdos y obligaron a DuPont y 3M a eliminar gradualmente dos conocidas PFAS. Sin embargo, las empresas optaron por sustitutos que posteriormente demostraron ser igual de tóxicos.

Aun así, Blake argumenta que la situación está cambiando. Francia ha prohibido los PFAS en muchos bienes de consumo, la UE está considerando una prohibición y en Estados Unidos varios estados están tomando medidas para restringir los PFAS.

Las responsabilidades relacionadas con las sustancias químicas están impulsando a grandes cadenas minoristas, como McDonald's, a comprometerse con productos libres de PFAS.

El optimismo de la autora se ve atenuado por el clima político. Esta semana, la administración Trump anunció la revocación de las normas federales de agua potable para cuatro sustancias químicas PFAS de nueva generación. Pero Blake cree que el impulso es real.

"Ciudadanos comunes que se propusieron proteger a sus familias y comunidades realmente han generado este cambio drástico", afirma. "Es como el cambio climático: parece insoluble, pero aquí hay un caso en el que la gente ha logrado avances importantes".

H.Hayashi--JT